Atizad un poco el fuego y poneos cómodos. La historia que vais a escuchar es posiblemente la más cruel y aterradora de cuantas os hayan contado.
Todos lo sabemos: Disney sigue llevando la firma de Walt Disney, pero poco queda de real en ella, todo es actualmente la sombra de lo que Disney, el hombre, hacía con Disney, la compañía.
Cuando murió, ocurrió como cuando los dinosaurios se extinguieron. Los mamíferos, pequeños entonces, se pudieron liberar y evolucionar. Crecer, reproducirse y no ser engullidos por las fauces de reptiles de ocho metros. Algo similar ocurrió con los estudios de animación.
Richard Williams tenía uno de esos estudios de animación. ¿Pero le suena a alguien el nombre? En 1988 le sonaba a todo el mundo: Fue el director de animación de Quién engañó a Roger Rabbit. Ahí es nada. Durante las décadas anteriores había convertido su pequeño estudio en el nuevo punto de referencia de la animación mundial, a base de pequeños proyectos. Creó los títulos de crédito de La pantera rosa, miles de anuncios publicitarios, caros y baratos, rápidos o costosos. Innovaba a cada cosa que hacía. Hasta tal punto fue su importancia, que cuando Disney quiso hacer Roger Rabbit, necesitó que su director de animación viniera de fuera. Imaginaos lo que eso supone. Lo que supone para The Walt Disney Company.
Richard Williams era un friki. Ya en los 60 había intentado que la época dorada de la animación, los 40, no desapareciera. Aunque parezca una locura, ya en el año 55 los nuevos en Disney no tenían ni idea de cómo se habían hecho, por ejemplo, los tonos pastel de Fantasía. El conocimiento se estaba perdiendo, y si no se perdio del todo, fue en gran medida gracias a Williams. Una rutina suya fue visitar y conocer en la medida de lo posible a los animadores clásicos de entonces. Para su nuevo estudio contrató a una serie de genios y a muchos novatos (que a su vez se han ido convirtiendo en los nuevos genios). El estudio de Williams es el más premiado de la historia de la cinematografía mundial. En serio. Y Williams tiene el libro de animación más importante que jamás se haya escrito: The Animator's Survival Kit. Es la biblia de todos los animadores actuales.
Dentro de sus proyectos más importantes destaca Cuentos de navidad, el cortometraje ganador de un Oscar que puede que alguno conserve en un viejo vhs o Raggedy Ann & Andy, una historia de juguetes que cobran vida bastante anterior a las de Lasseter y Henson.
Pero el gran proyecto de Williams, que para él fue como el Quijote para Welles, no es ninguno de ellos. Iba mucho más allá. En los 60 empezó a trabajar en él. Quería convertirlo en la más ambiciosa película de la historia de la animación mundial. Quería hacer que comparada con ella, los dibujos de Disney parecieran coreanos. Y lo consiguió, pero no como a él le hubiera gustado.
El equipo de animadores de Williams, como todos, recibía trabajos de manera irregular. Y en esos tiempos muertos se dedicaba a la confección de su película. Como animador que es, por encima de cualquier otra cosa, partía de ahí para confeccionar el resto. Y tenía a los animadores trabajando en secuencias enteras siguiendo lo que él tenía en la cabeza, que sin duda era la perfección absoluta en la técnica, había mil modfiicaciones sobre la marcha, mil secuencias descartadas. Cualquier película actual se mataría por tener la calidad de uno de los descartes. La historia, inspirada en Las mil y una noches, era una aventura mitológicaa que contaba cómo el destino de un pueblo iba a depender de los dos personajes que le daban título: El ladrón y el zapatero.
¿A que he logrado captar vuestra atención? Insisto: Buscaba la perfección absoluta. Tras casi 25 años de trabajo había terminado unos 15 minutos de la película final. Y no unos 15 minutos sencillos.
Por ejemplo, los animadores saben bien que dibujar cuatro dedos es mucho más barato que dibujar cinco. Pues uno de sus personajes tiene seis dedos. Y cada uno tiene cuatro falanges en lugar de tres. Y en cada unión entre falanges tiene un anillo. Otro ejemplo: Lo habitual es dibujar cada 2 fotogramas, salvo casos excepcionales. Él dibujaba en cada fotograma, duplicando el trabajo y la necesidad de precisión absoluta. Otro más: La película era muy rica en movimientos de cámara. Y no sólo movimientos que se reduzcan a mover el fondo de una posición a otra. Oh, no. Él tenía que ir más lejos. Tenía que crear una cámara que sobrevolara el desierto entero y que acabara en el centro de la ciudad.
Así es Richard Williams. Y así regresamos a 1988, el año en el que se le aclama por haber conseguido hacer Roger Rabbit, y encima, por haberlo hecho especialmente bien. Acabarla ya suponía suficiente mérito, pero la cantidad y calidad de recursos de absoluta maestría que habían quedado patentes le supusieron una fama que desconocía. Y se le acercaron de las productoras. Warner Bros. le preguntó si quería trabajar para ellos. Él contestó que llevaba mucho tiempo trabajando en una película que mimaba. A Warner le gustó el proyecto y le dio dinero para acabarla. Fue pasando el tiempo y la película seguía haciéndose, esta vez con la productora a pleno rendimiento. Hasta aquí, todo fue bien. A partir de aquí... nada.
Algo cambió en Warner. Cambios en la directiva, cambios de intereses... el caso es que querían tener la película lo antes posible. A los ejecutivos empezó a no atraerles la osadía de sacar una película de animación sin canciones. Y se habían enterado de que Disney estaba desarrollando otra película inspirada en ese mismo tema de las noches de Arabia, Aladdin. Así que le metieron prisa, en contra de la filosofía que había seguido con la película desde sus inicios. Él fue enseñando sus progresos, pero no les bastaba. Quisieron ver un montaje completo de la película.
Pero no existía un montaje completo de la película. Richard Williams se negó a hacer un storyboard. Y no lo hacía porque sospechaba que en el momento en que lo hiciera, se la podían quitar de las manos. Sin embargo la presión creció, y creció, hasta que se vio obligado. A dos semanas de la proyección, se encerró en el estudio y dibujó a solas el storyboard completo de las secuencias que faltaban, las unió a lo que ya había y proyectó ese copión de trabajo.
Esa proyección fue antológica. Estuvieron presentes ejecutivos y animadores. Un animador bueno es capaz de reconocer la personalidad de sus colegas en un fragmento de película. Los animadores que presenciaron ese pase vieron alucinados que lo mejor de su trabajo estaba entremezclado con el trabajo de sus maestros. Todos se quedaron boqueabiertos ante el despliegue de esfuerzo que había detrás de cada fotograma. Todos, menos el Poderoso Caballero don Dinero. Los ejecutivos de Warner decidieron cancelar la producción. Por contrato les pertenecía la película y no querían que tardara una eternidad en rematarla. Y eso que en aquella versión mostraba que el grueso del trabajo estaba terminado y que lo que quedaba era lo más sencillo, otros 10 ó 15 minutos.
Los animadores se vieron en la calle, tuvieron un par de horas para recoger. Se dice que vieron a Williams animar todavía, mientras ellos se marchaban.
Como la producción se consideró un fracaso, Warner Bros. cedió los derechos a la compañía aseguradora. Ésta, para amortizar en lo posible, con una completa falta de visión cinematográfica, encargó terminar la película a Fred Calvert, reputado productor de series baratas de animación de los sábados por la mañana. Sí, las que todos conocemos. He-man y demás. Se puso manos a la obra y rellenó los huecos mediante, casualidades de la vida, clips de animación dignos de unos dibujos animados de los sábados por la mañana, que se daban de hostias con la obra maestra visual que suponía el resto de la película.
Con el título "La princesa y el zapatero", esta versión de la película vio la luz en dos mercados: Sudáfrica y Japón. No se estrenó en ningún otro país del mundo.
Sin embargo, con el tiempo Disney se interesó en comprar los derechos. La aseguradora no lo dudó dos veces. No cuesta imaginar las razones por las que a Disney le podía interesar: Una de ellas, para destruirla por completo. Quizá otra, para integrarla en su universo de Aladdin. Sea como fuere, consiguieron las dos cosas.
Cogieron la versión ya mancillada y se la acabaron de cargar. Destruyeron todos los elementos entretenidos de la película y los rellenaron con canciones. Un personaje que no habla en toda la película, aquí se pasa el tiempo "pensando" con una voz en off redundante. A otro, que en tiempos de Williams había doblado Sean Connery, ahora le puso voz Matthew Broderick. Y convirtieron la ciudad en Agrabah, "muchos años antes de que llegara Aladdin". A través de Miramax, la titularon "Arabian Knights" (atentos al juego de palabras) y se distribuyó de regalo pegada a unas cajas de cereales.
Lo más fuerte de todo es que la propia Aladdin estaba claramente inspirada en el trabajo de Richard Williams durante las décadas anteriores. Jaffar, Iago, el Sultán, Jazmine... tanto los personajes como los diseños y el "rollito" guardan una relación directa.
Y por fin, una nueva esperanza.
Garrett Gilchrist es un chaval de Los Angeles, joven cineasta, animador ocasional, que se toma sus proyectos muy en serio. Su afición por La guerra de las galaxias le llevó a conocer a un grupo de internautas que exigían que saliera a la venta, como ya hemos visto, una versión de la trilogía original que no mostrara cambios. Algunos de sus amigos se dedicaron a transferir copias que iban encontrando, con la mayor calidad posible. A él se le ocurrió crear un dvd que recopilara algo muy distinto: A través de una cantidad ingente de material recopilado, decidió hacer una versión extendida de la primera película. A su modo. Durante muchos años se han ido mostrando con cuentagotas en reportajes y documentales secuencias alternativas, eliminadas, con los efectos especiales sin terminar, montajes distintos... Vamos, Lucas no ganó el oscar al mejor guión ni al mejor director. Lo ganaron los montadores. Y Garrett vio que el inmenso material descartado podría servir para reconstruir la película como nunca lo habíamos visto. Así creó un DVD llamado Star Wars: Deleted Magic, sin el menor ánimo de lucro, que todo buen aficionado a La guerra de las galaxias debería tener en su videoteca. Dicho sea de paso, es el único dvd de La guerra de las galaxias que tengo en la mía.
Animado por el éxito de esta versión, dentro de este nuevo entorno cinéfilo que ha surgido en internet, hizo público que arrancaba un nuevo proyecto fan. Garrett Gilchrist anunció que iba a crear El ladrón y el zapatero: Edición remendada. Era, de hecho, el único proyecto fan que él consideraba legítimo de verdad. De pequeño había oído hablar sobre la próxima película del animador de Roger Rabbit. Y cuando algo mayor se la encontró en su caja de cereales, no le interesó mucho. Pero entonces empezó a hacer prácticas de animador, y como a todos los animadores de Los Angeles, antes o después tenía que llegarle una copia de una copia de una copia de una cinta extraída de un u-matic telecinado de una proyección de una película inacabada.
Cayó en sus manos aquella versión que Richard Williams mostró a los ejecutivos de Warner en 1991. Pese a su pésima calidad, esa vieja cinta dejaba ver la acojonante calidad de la animación. Se utilizaba de manera habitual en las clases. Y tras la experiencia como montador de vídeos propios y ajenos, Garrett sintió la necesidad urgente de restaurar esa película por su cuenta. Parecía increíble que el bodrio de los cereales viniera de aquello.
Lo primero que hizo fue enterarse de la historia que hoy hemos conocido. Encontró versiones de muy distinta índole: Quizá un vhs de segunda generación en lugar de tercera, luego uno de primera, dio con una versión japonesa en full screen, que mezclada con el audio en inglés daba el máximo de calidad posible en ese momento. Se empezó a ver capaz de ir cambiando las escenas animadas de aquel copión de trabajo en mala calidad por las imágenes nítidas de un dvd. En algunos casos sólo había copia buena en fullscreen, por lo que rellenó por los lados con la copia de peor calidad y dejó el centro cristalino. En algunos casos concretos recurrió a las animaciones de Fred Calvert, borrando la boca al personaje que hablaba y no debía hacerlo, etc. Reconstruyó la banda sonora mezclando todas las fuentes imaginables, buscando e identificando las obras que habían inspirado el copión de trabajo. Poco a poco fue dando con apoyos sorprendentes: La gente se empezó a hacer eco de su labor y le empezó a mandar bocetos, vídeos, copias... Si uno trabajaba en un laboratorio le decía "si das con una versión en 35mm te hago la transferencia gratis". Quizá otro había sido animador en el estudio y podía explicarle lo que Williams pretendía con una secuencia concreta. El propio hijo de Richard Williams se ha mostrado conmovido ante el esfuerzo y ha tenido numerosas reuniones con él para ayudar en todo lo posible.
Puede que hoy en día sea la tercera persona con la mayor colección personal de material de la película, orginal o no, junto a Williams y Disney (en sus archivos secretos). Son muchos los que se han puesto en contacto con él para proporcionar material con el que avanzar, o pedirle sus últimos progresos. Él se ha dejado los cuartos, que no le sobran, en enviar dvds a medio mundo. Y junto con sus amigos ha colgado en internet esa versión y muchas otras, así como documentales sobre Williams, sus trabajos de publicidad y todo lo que pueda contribuir a que ninguno de sus logros quede en el olvido. Disney podría, y legalmente no le costaría nada, mandar quitar todas estas versiones. Pero el acto ya está cometido. Garrett gritó al mundo la grandeza de un hombre que luchó por una película y el mundo le ha escuchado. En su grito, dice sílaba por sílaba que un solo hombre, movido por la afición amateur, es capaz de devolver al acervo cultural lo que un buen día le fue arrebatado. Imaginaos lo que Disney podría devolvernos si quisiera.
Sin embargo no todo el daño se puede reparar, para Richard Williams esta película es un capítulo cerrado de su vida del que no quiere volver a saber nada. Le chupó la energía durante tres décadas y pese a los intentos de su familia, no ha visto la restauración de Garrett. Pero nadie descarta que lo haga algún día, como han hecho innumerables colaboradores que se han visto honrados por Garrett. Tal vez legalmente no tenga derecho a hacer lo que hace, pero moralmente, no hay un solo participante en la obra que no respete su dedicación. Y todos se lo agradecemos. La democracia cultural ha superado al afán lucrativo. Todos podemos ver su trabajo, y a través de él, el de muchos otros genios de la historia de los dibujos animados.